Para Susana, hija de un economista y una socióloga que la criaron sin imponer estereotipos. Cuando eligió biología como carrera, algunos familiares intentaban convencerla de que mejor estudiara medicina. Sus padres, no. Ellos nunca se opusieron a la elección de su carrera. Por eso Susana ha crecido instintivamente con el chip de la igualdad.
El machismo apareció en esos años universitarios en los que empezó a ver que si bien al inicio la carrera parecía todo en igualdad, al ir avanzando eran cada vez más los directores de laboratorios hombres. “Había una o dos mujeres que dirigían y se notaba que habían tenido que estar luchando con eso”, recuerda. Y ya una vez fuera de las aulas, a veces los colegas hombres advertían como disuasivo las dificultades del trabajo de campo. Por ejemplo, con lobos marinos, compromete cargarlos, caminar temerariamente sobre las piedras, romperse la vestimenta y levantar pesados equipos. Susana aceptó el reto de estas faenas que requieren de fuerza física y que se asocian automática y erróneamente solo a los hombres.
Siempre tuvo un gran interés por los animales y se inspiró aún más en las campañas mediáticas para salvar el planeta de los años 90‘. Sin embargo, había muy pocos lugares en Perú donde se podía hacer trabajo de campo.
No fue hasta 2004, en su último año universitario, cuando finalmente pudo ir. “Desde entonces, he pasado por diferentes etapas: estudiante, voluntaria, tesista, luego haber coordinado mi propio grupo, y ahora llevo diez años como directora. Es un lugar que enseña mucho, y rápidamente me di cuenta de su importancia ecológica. Es pequeño, pero alberga una gran cantidad de fauna marina con 3 mil pingüinos, más de 12 mil lobos marinos y 200 mil aves guaneras, todo en un área de apenas 54 hectáreas”,